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Ventana

El día que conocí la tristeza: el adiós a mi abuela Rosa Melo

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El día que conocí el amor y la tristeza: el adiós a mi abuela Rosa Melo

Por: Luciano Vásquez

Desde niño, mi vida estuvo marcada por el amor inmenso de mi abuela Rosa Melo. Me crie en su falda, bajo su protección, envuelto en su cariño y consentido por su ternura. En la casa donde nací, en el campo, había lo que en aquel entonces llamaban una pulpería, y mi infancia transcurrió feliz, rodeado del amor de mi abuela, mi madre Agripina y mi tía Maminga.

Recuerdo que mi abuela le decía a mi tía: “Maminga, hazle plátano frito, pero maduro”, y yo disfrutaba cada bocado. Pasaba horas en el río, jugaba en el lodo y me dormía en los brazos de mi abuela. Pero llegó el día en que tuve que dejarla para irme a la ciudad. No quería separarme de ella, lloré tanto… Solo acepté irme porque fue ella quien me llevó.

El tiempo pasó, y cada nueve meses regresaba a mi querido campo, La Ceiba, donde pasaba tres meses de felicidad junto a mi abuela. Hasta que una tarde, estando en Navarrete, sentí en un sueño que ella me llamaba, que quería verme. Me desperté angustiado y corrí a Puerto Plata a decirle a mi madre:

—Mi abuela Rosa me quiere ver.

Mi madre no dudó. De inmediato partimos hacia el campo. Cuando llegué, la encontré sentada en la puerta principal de la casa, mirando el horizonte. Al verme, me dijo con una voz serena y dulce:

—Estoy cansada… qué bueno que viniste.

La abracé con fuerza y le dije:

—Madre, te amo.

No sabía que esas serían mis últimas palabras para ella. Esa misma noche regresé a la ciudad, y al día siguiente me dieron la noticia: mi abuela había fallecido.

El mundo se derrumbó ante mí. Sentí que el aire, los árboles y el mismo campo se paralizaban. Fue la primera vez que entendí el significado de la muerte, la tristeza y el dolor.

Mi primer amor se había ido. Mi abuela, la mujer que tanto me amó y a quien yo amé con todo mi corazón, ya no estaba. Me sentí desprotegido. Recuerdo que, en lugar de consolar a mi madre, fue ella quien terminó consolándome a mí.

Hoy comprendo que el dolor es parte del amor, que la tristeza nos hace más fuertes y que los recuerdos son el refugio donde el amor nunca muere.

Att: Tu nieto, Luciano Vásquez.

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